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viernes, noviembre 19, 2010

El Cerebro Musical



El poder de la música sobre la mente humana es algo que siempre ha fascinado a los científicos. Pero, ¿puede la música explicarse científicamente? y ¿cómo podemos analizar su efecto sobre el cerebro?, ¿por qué la música tiene tanto poder a la hora de recrear sensaciones, emociones y vivencias?

National Geographic Channel presenta una manera distinta de conocer este gran misterio de la mente humana en “Mi cerebro musical”, a través de adentrarnos en el cerebro de cuatro genios de la música: Sting, ganador de más de 16 Premios Grammy, Michael Buble, afamado compositor de Jazz, Feist, cantautora canadiense de folk indie, y Wyclef Jean, uno de los integrantes del famoso trío The Fugees. Todos han sido elegidos para este experimento que servirá para comprender mejor las conexiones entre el cerebro y la música.

El neurólogo Dr.Daniel Levitin explica de qué manera la música nos afecta física, psicológica y emocionalmente mediante distintos experimentos realizados a niños y adultos. Asimismo, las entrevistas y tests protagonizados por Sting y otros grandes de la esfera musical mundial nos darán las claves para entender hasta qué punto influye la música en sus vidas y qué es lo que han aprendido de su poder.

Sting se someteal llamado FMRI (Functional Magnetic Resonance Imagining), un escáner de última generación que servirá para analizar los efectos de las ondas en su cerebro. Los neurólogos serán los encargados de descifrar cuáles son las respuestas emocionales del cantante a los distintos estímulos musicales. Gracias a la más avanzada tecnología podremos averiguar cómo responde el cerebro de Sting a los distintos tipos de música –de la más simple a la más compleja- y qué nos dice su cerebro musical de su persona.


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jueves, noviembre 18, 2010

Libro: Y sin embargo, democracia, de Adam Przeworski



Los ideales democráticos pueden ser sustancias alucinógenas. Apartan la realidad de la conciencia y alimentan esperanzas irrealizables. Se requiere un esfuerzo constante para impedir que el ideal dirija pero no adormezca. Las instituciones representativas nacieron de una idea revolucionaria: el pueblo
sillas
debe gobernarse a sí mismo. Tres propósitos se han entrelazado en la bandera: autogobierno, igualdad y libertad.

Adam Przeworski examina en su libro más reciente la distancia entre aquellas aspiraciones y la realidad de nuestra política. Las democracias no han podido generar igualdad social ni han podido ofrecer a la gente un espacio para participar eficazmente en su gobierno. Permanecemos desiguales y alejados del poder. Democracy and the Limits of Self-Government (Cambridge University Press, 2010) es la maduración de una larga reflexión sobre el régimen democrático que el politólogo polaco ha hecho durante más de 40 años. Recientemente recibió el premio más prestigioso de la disciplina, el Johan Skytte que otorga anualmente la Universidad de Uppsala. El comité que le entregó ese premio que empieza a conocerse como el Nobel de Ciencia Política, reconocía con buen ojo su contribución al entendimiento del vínculo entre la democracia, el capitalismo y el desarrollo económico.

De mala manera, la política invadió su vida desde el instante más temprano. Nació en Varsovia, en mayo de 1940, apenas nueve meses después de que los alemanes invadieran Polonia. No conoció a su padre. El médico fue reclutado forzosamente al ejército. Murió en Katyn. Tras la guerra, la Unión Soviética tomó el control de Polonia, relevando a los polacos del fastidio de gobernarse. La gran política se imponía con rudeza en la vida cotidiana.

Estudió filosofía en la Universidad de Varsovia, en un momento de deshielo intelectual. Tras la represión estalinista, el marxismo dejó de ser imposición de consigna para ser examinado con estricto rigor conceptual. En sus aulas surgió, apunta Przeworski, la semilla del marxismo analítico. A principios de los sesenta fue a Estados Unidos a estudiar. Las primeras experiencias en Estados Unidos no fueron particularmente estimulantes: la tierra de los libres y los valientes era una sociedad provinciana, con claras propensiones autoritarias. El primer libro que leyó sobre el sistema político norteamericano empezaba con la oración “Los Estados Unidos tienen el mejor sistema de gobierno del mundo”. Saliendo de la persecución macartista, el país no era precisamente el faro de la libertad crítica. De cualquier manera, el encuentro con Estados Unidos le permitió ver de cerca un sistema en donde los electores deciden quién gobierna.

El azar lo envió a Chile en los años de la Unidad Popular. Fue testigo así de la debacle del proyecto socialista y de la democracia misma. Recuerda: “Henry Kissinger proclamó que Allende había sido electo ‘gracias a la irresponsabilidad del pueblo chileno’ (tal era su concepto de la democracia) y el gobierno de Estados Unidos decidió restablecer la responsabilidad por la fuerza”. El golpe de 73 sacudió a la izquierda no solamente en América Latina sino en el mundo entero: socialismo o democracia era la disyuntiva. ¿Qué viene primero? ¿Puede sacrificarse una en aras de la otra?

Desde entonces se acercó al fenómeno político de la socialdemocracia como un marxista heterodoxo. No siguió la ruta de muchos exilados de la Europa del Este, convertidos en anticomunistas furiosos que veían en los escritos de Marx el origen del cáncer. En realidad, Przeworski nunca vio al régimen soviético como hijo de Marx. El socialismo realmente existente era la explotación burocrática de los trabajadores. La pregunta que aborda su primer gran trabajo fue ¿por qué la revolución anunciada no llegaba a Occidente? La propia interrogante daba cuenta de que el libreto le parecía razonable: las contradicciones de los países industrializados vivirán una revolución obrera. Pero la realidad se empeñaba en corregir el guión. La revolución no se veía en el horizonte. Capitalismo y socialdemocracia (Cambridge University Press, 1985) es la historia de ese extraño matrimonio. ¿Cómo es que el enterrador de la burguesía se convirtió en su marido fiel?

El voto cambió todo. En el momento en que el movimiento socialista aceptó participar en elecciones, el horizonte político se transformó. Przeworski descubrió la racionalidad de la estrategia socialdemócrata. Se percató de que la clase obrera es incapaz de actuar como agente unitario que no representa a la mayoría del electorado. Ganar elecciones supone, en consecuencia, acercarse a otros grupos, negociar… y ceder. Hacer política para atraer el voto rompió la épica del enfrentamiento revolucionario introduciendo el cálculo de las transacciones. Más aún: accediendo al gobierno, los socialdemócratas entendieron que debían cuidar la economía de mercado para alentar su crecimiento, si es que querían conservar el respaldo de los sindicatos. Przeworski no veía traición en el acomodo. Por el contrario, la avenencia fue claramente benéfica para los trabajadores. Przeworski encuentra en Gramsci las pistas de la economía política de la legitimación. La hegemonía, esa dominación aceptada, no cuelga del aire sino que se sostiene necesariamente en la satisfacción de necesidades.

La historia de la socialdemocracia no es la Marcha de la Razón pero sí son andanzas de la racionalidad. La política es, en buena medida, cruce de estrategias racionales, es decir, un juego de apuestas. Ésa fue su aportación central al grupo de académicos que acometió por primera vez la labor de estudiar el mecanismo por el cual las sociedades escapaban del autoritarismo para instituir regímenes democráticos. El trabajo de Przeworski publicado en el volumen seminal sobre las transiciones democráticas enfoca las estrategias que, accidentadamente, conducen el cambio.2 La política es un complejo juego de ajedrez. Para entender una transición hay que adentrarse en los cálculos de los duros y de los blandos; de los moralistas y de los pragmáticos; de los listos y de los tontos. Hay que descifrar también las señales que emiten y entender las consecuencias de sus pactos.

Przeworski no ha jurado lealtad a un microscopio. Se ha confesado como oportunista en cuestiones de método. No tengo principios, dijo en algún seminario. Si el marxismo me ayuda a entender algo, empleo sus categorías; si las herramientas de la economía son esclarecedoras, las uso; si me sirve la teoría de juegos, pienso matemáticamente; si la narración echa luz, prendo esa lámpara. Su constancia no ha sido el lente sino el bicho. La democracia ha sido el ente que ha estudiado durante décadas desde todos los ángulos. Para comprenderla, ha defendido un retrato mínimo. Una idea modesta para describir la democracia como la transferencia pacífica del poder a través del voto. Un dispositivo para introducir incertidumbre al conflicto. En el juego de la democracia todos pueden llegar a ganar algo y todos tienen algo que perder. Institucionalización de la incertidumbre. Un régimen que tiene un actor (sea político o económico) que siempre gana o que está condenado a perder siempre no es un régimen democrático.

El tejido de sus argumentos resulta extraordinariamente rico. El sobrevuelo más veloz por sus páginas mostraría la aparición de muy distintas fibras: notación matemática, narración novelística, diagramas de ingeniero, preguntas de filósofo, libreta de viajero, alfiler de aforista. Przeworski es un comparatista iluminado por las grandes interrogantes de la filosofía política; un relojero de argumentos que sabe contar una historia; un escritor medido. Su interés por la democracia y el desarrollo parten del reconocimiento de dos necesidades: comer y hablar. Estar libre del hambre y de la represión, como apunta en la primera línea de Democracia y mercado.

El nuevo libro de Adam Przeworski es la decantación de sus descubrimientos. No es un libro sobre la idea democrática sino sobre la democracia viva contrastada con la democracia imaginada. La democracia y los límites del autogobierno da muestra de los muchos enfoques con los que Przeworski examina el régimen democrático y de la amplitud de su horizonte. La experiencia que analiza no es solamente la de Estados Unidos y un manojo de países europeos. Pone mucha atención a la experiencia de otras naciones que normalmente pasan desapercibidas en los recuentos de la democracia occidental. Resalta la atención con la que estudia la experiencia de América Latina, no como anomalía, sino como parte crucial de la aventura democrática.

La democracia no produce igualdad social. Requiere, eso sí, igualdad en la dimensión política: igualdad a los ojos del Estado pero no en la relación entre las personas. Los primeros demócratas sentían una profunda antipatía por la aristocracia, esto es, por el privilegio que no se basaba en el mérito. Más que la tiranía, lo que irritaba a los “fundadores” era la clausura de los cargos públicos. Recelaban de los aristócratas y temían a los pobres. De ahí que la ciudadanía democrática aspire a la abstracción, que busque el desprendimiento de toda calificación. Podrá haber un hombre asustadizo, un joven impulsivo, una mujer ilustrada, pero el ciudadano no tiene rostro. El votante es el emisor de un dato.

El menú del restorán democrático suele ser poco apetitoso. No encontramos en la carta un arco abundante de opciones. Por el contrario, lo que vemos es la misma sopa en platos distintos. Przeworski registra un circuito electoral: llega un gobierno y logra una innovación política exitosa. Genera un cuento para presumir su éxito mientras la oposición se dedica a criticarlo, a pesar de que todo mundo sabe que, de llegar al gobierno, haría exactamente lo mismo. La diferencia entre las opciones es tan pequeña que la campaña se concentra en accidentes: un escándalo, la personalidad de los contendientes, un debate televisivo. La oposición gana y, al llegar al poder, continúa la política del gobierno anterior. El gobierno cambia de manos sin que la política altere el rumbo. Así sucede hasta que llega otro gobierno a inaugurar otras políticas exitosas y la historia se repite.

A pesar de ello, las elecciones siguen siendo la mejor manera de expresar una voluntad colectiva. Son, además, el dispositivo más igualitario de participación política. La magia del proceso electoral, subraya Przeworski, es que abre el horizonte del tiempo político: un partido que pierde hoy puede acceder al poder mañana; el gobierno puede ser lanzado a la oposición en el futuro. El cálculo de los ambiciosos ofrece un bien inmenso y reciente en la historia del poder: paz en el relevo del gobierno.

Las democracias no son, por supuesto, la palanca omnipotente de la mayoría. Los regímenes democráticos se han convertido en artefactos complejos para impedir eso que se ha llamado la “tiranía de la mayoría”. Cualquier Constitución contemporánea contempla provisiones como la revisión judicial, el requerimiento de mayorías especiales para la aprobación de ciertas leyes, órganos autónomos, burocracias permanentes. El constitucionalismo liberal se ha empeñado en cuidar los derechos de las minorías de la posible invasión mayoritaria. Pero no ignoremos, advierte Przeworski, que esos artilugios no son solamente una defensa de los derechos sino también el parapeto de los intereses privilegiados. Nuestras democracias no son subversión reglamentada, sino el resguardo del statu quo.

Todo argumento político aspira a la categoría del mito. El mito democrático está cargado de aspiraciones irrealizables y de contradicciones. Pero, al final del día, la mera posibilidad de que el gobierno pueda cambiar por efecto del voto, da sentido a los propósitos de igualdad, representatividad y rendición de cuentas. Y sin embargo, democracia.

Jesús Silva-Herzog Márquez. Profesor del Departamento de Derecho del ITAM. Entre sus libros: La idiotez de lo perfecto y Andar y ver.


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